Reseña: El diablo de Riosucio no es el demonio católico

martes, 1 de diciembre de 2009

Cantares al Diablo. Aproximación histórica al
carnaval de Riosucio

Héctor Jaime Montoya Hoyos y otros
(compiladores)
Consejo de Gobierno Departamental y otros,
Manizales, 1985, 131 págs.

Este libro se presenta como un empeño gubernamental con un objetivo definido: el intento de registrar la memoría colectiva de un pueblo para rescatar sus raíces culturales. Así textualmente lo declaran sus seis compiladores. La publicación refleja cierta angustia en torno a la carencia de explicaciones satisfactorias sobre el ciclo de leyendas del diablo como figura que con el tiempo se ha tornado estelar en las fiestas de Riosucio. La angustia es apenas natural en una sociedad como la caldense, donde la práctica católica ha denunciado al demonio como ente maligno.
En 1974 Otto Morales Benítez se encargó de reclamar para su pueblo el derecho de conocer, como diría él, de dónde diablos es que viene su Diablo, a quien él intuye "metido en la raíz de nuestras vidas". Con acierto aunque dando tumbos, Morales Benítez, en su llamado, que constituye una de las numerosas contribuciones en el libro, bien dice que ese diablo no es el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos". Y tiene razón, porque ese diablo, al cual él mismo señala como el centro del mundo emocional de la gente de Riosucio, emergió del grupo de diablitos danzantes, divertidos y simpáticos que repartían vejigazos a diestra y siniestra en las fiestas antiguas del carnaval riosuceño, muy semejantes a los diablitos que se han encontrado en diversos lugares de América a donde llegaron los africanos como esclavos. No obstante, al escritor Javier Ocampo López, en su libro de 1983 El folclor y los bailes típicos colombianos, le pareció que los de Riosucio tenían antecedentes indígenas. En el libro Cantares al diablo, fugazmente se menciona el origen mestizo de la fiesta, mientras que en el canto del poeta José Trejos, entonado en 1925, se define al diablo de Riosucio como el demonio católico. Para el autor de ese canto, es Satán, memoria cultural de deidades tempranas de la mítica occidental como Neptuno, Vulcano, Eros, Cupido y Apolo.
Aquí, hay que reconocer que tanto al mencionado poeta como muchos de quienes se han interesado en las fiestas de Riosucio seguramente no conocieron o han desconocido la dinámica de la historia social y económica del negro en el ámbito de la minería en esa región. Quiebralomo, que era un real de minas de oro con dueños blancos y trabajadores negros y mulatos, y La Montaña, que constituía una parcialidad con indios y mestizos, son el origen de Riosucio. Si bien en La Montaña los indios ejecutaban el Baile de la Chicha y se enmascaraban para sus juegos, no sabemos con precisión cuáles eran las expresiones de los negros y de los mulatos en Quiebralomo.
De cualquier modo, el diablo de Riosucio no es el Satán católico. Es cierto que los navíos europeos llegaron con conquistadores, esclavos africanos, inquisidores y también con demonios de perfiles medievales y rancios acentos del viejo mundo. Pero también de las naves españolas se apearon deidades provenientes de culturas africanas que, habiéndose incrustado inicialmente en las cofradías sevillanas a raíz de su esclavitud temprana en España, habían logrado entrar desde el siglo XVI en las fiestas del Corpus Christi. Y con éstas viajaron a América, no sólo como expresión teatral y festiva, sino como parte del equipaje religioso oculto que trajeron los africanos.
En las cofradías de negros en Sevilla, los esclavos y sus dioses en exilio celebraban los ritos de hablar los unos con los otros, como en Africa. Además, lo hacían por intermedio del tambor. Allá también se rendía culto a los antepasados muertos. Y con esas representaciones fantasmales que lucían como negros o con carátulas litúrgicas de su propia religión, salieron a danzar en la fiesta eucarística católica. A esas representaciones empezó a conocérselas como las de los diablitos negros.
Pues bien: en el ámbito de los estudios afroamericanos, serias pesquisas sobre diablos en América los han descubierto metidos en el disfraz de los demonios católicos, pero con su propia pantomima y mimo ritual. Aparecen en muchos de los lugares, a donde fueron llevados los esclavos africanos y sus descendientes, primero en fiestas de Corpus Christi, en las del 6 de enero y en muchas otras.
En esas indagaciones se han ocupado estudiosos como Fernando Ortiz, quien desde 1906, con su trabajo Los negros brujos, empezó a referirse al diablo afroamericano en sus análisis de comportamiento del negro cubano. A él le siguieron otros, como Roger Bastide, quien en 1967 menciona muchos diablitos semejantes a los de Riosucio, en su libro sobre Las Américas negras. Ricardo Alegría, en 1954, los describe en su publicación Lafiesta de Santiago apóstol en la aldea de Loíza, en Puerto Rico, dando vejigazos como los de Riosucio, acomienzos del siglo XX. Pero también están los diablitos de Yare, en Venezuela, citados por Angelina PollakEltz, en 1983, o los de Lima, en el Son de los Diablos, danzando el domingo después de la pascua de resurrección.
En Colombia esos diablitos han aparecido gozosos en fiestas de Corpus Christi y de carnaval en Ciénaga, Mompox, Valledupar y Barranquilla. Con todo, el libro Cantares al Diablo no alude a ninguna de estas tradiciones o de esos estudios. Avergonzarse de la cultura negra es, a todas luces, más corriente que avergonzarse de la cultura aborigen. Resulta más fácil actualmente aceptar la ascendencia india que la negra, especialmente en determinadas regiones del país. Ello, naturalmente, retrae los esfuerzos de afirmación cultural regional, particularmente cuando estos reclamos se basan en el realce de valores auténticos.
En el estado actual de los estudios de la cultura en América, Cantares al Diablo podría considerarse como una publicación fuera del tiempo, inexplicablemente desconectada de las fuentes del conocimiento contemporáneo y de cualquier corriente de explicación o de divulgación de hechos similares en Colombia. No obstante, tiene la cualidad de reunir con ingenuidad materiales que serán útiles para el análisis local de una fiesta carnavalesca y del singular proceso que en Riosucio eligió al diablo como una figura simbólica de la identidad cultural del departamento de Caldas.
Claro que los compiladores explican que, en su empeño de registro de la memoria colectiva, la metodología empleada fue empírica, "dentro de la técnica de la historia oral". Sin embargo, aclaran que se trataba de rescatar las raíces de una celebración representativa "de lo más importante de la cultura regional caldense". Tenían entonces conciencia de la importancia de su empresa. No obstante, para rescatar raíces hay que llegar hasta ellas con algo más que patriotismo y empirismo. Dentro de ese propósito, Cantares al Diablo y sus compiladores se fueron apenas por las ramas.
NINA S. DE FRIEDEMANN

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